Somos Amigos de la Tierra - NOTICIAS

10 de abril de 2006

PLAGUICIDAS en LÁCTEOS, alto riesgo para bebés y niños

Plaguicidas que fueron prohibidos hace ya tiempo en la Argentina, siguen “apareciendo” en productos de origen animal, especialmente en lácteos, como leches maternizadas, yogures y postres que consumen de modo privilegiado bebés y niños, señalan estudios realizados por toxicólogos de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA. Pero, afortunadamente, dicen los investigadores, hay solución para este problema.

“Analizamos 50 muestras de leches maternizadas y 51 muestras de yogures y postres disponibles en el mercado. Hallamos que solo el 10 por ciento de ellas estaba libre de los plaguicidas cuya presencia queríamos detectar, dada su peligrosidad, especialmente para los bebés y niños”, explicó la doctora Edda Villaamil Lepori, profesora asociada de la cátedra de Toxicología y Química Legal y directora del equipo de científicos.

Los investigadores buscaban detectar la presencia de residuos de plaguicidas, algunos de los cuales fueron prohibidos ya hace tiempo en la Argentina, y de otras sustancias tóxicas cuyo uso se halla estrictamente restringido. “Si bien estudiamos un conjunto amplio de componentes de diversos plaguicidas, centramos la atención en los plaguicidas organoclorados, conocidos por las siglas POC, puesto que son extremadamente persistentes y se acumulan en la cadena alimentaria”, relató Villaamil.

Téngase en cuenta que el DDT, prohibido en la Argentina hace más de una década por el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) sigue dejando rastros en diversos alimentos, pero principalmente en la leche humana y la vacuna. Los POC son tan persistentes que pueden seguir apareciendo en alimentos aun 40 años después de que ya no se utilicen.
“La leche es una vía de eliminación de los POC, pero es también, y primordialmente, una vía de exposición de los bebés y niños a estos potentes tóxicos. De hecho, el grupo más sensible son los recién nacidos y los niños de corta edad, y recién después los adultos”, señaló la especialista de la UBA.

Los lactantes y niños consumen más calorías por unidad de peso corporal que los adultos. Pero, más grave aún, consumen una variedad muy restringida de alimentos. Tanto es así que, para los lactantes, la única fuente de nutrientes es la leche materna o las fórmulas infantiles elaboradas sobre la base de leche vacuna. Para los chicos de seis meses en adelante, que comienzan a consumir dietas mixtas, la leche y otros productos lácteos, como yogures y “postrecitos” siguen siendo componentes mayoritarios de la dieta. Entonces, si se considera que la leche materna y de vaca constituyen vías de eliminación privilegiadas de plaguicidas organoclorados, puede comprenderse cabalmente la gravedad del problema. “Los bebés y niños están expuestos 10 veces más que los adultos a los efectos de estos residuos tóxicos”, recalcó Villaamil.

El International Life Science Institute (ILSI) advirtió en 2001 que la exposición prenatal y de niños pequeños a los POC está relacionada con deficiencias en el desarrollo neurológico y con la frecuencia de bajo peso corporal.

Si bien los residuos de plaguicidas detectados con mayor frecuencia en las muestras de lácteos que estudiaron los investigadores argentinos eran el heptacloro y su metabolito el epóxido de heptacloro --presentes en el 57,4 por ciento de las muestras-- no fueron los únicos tóxicos residuales. “Otras sustancias persistentes detectadas fueron: en el 53,3 por ciento el grupo del HCH (hexaclrociclohexano); en el 31,7, DDT total y aldrin-dieldrin; en el 28,7, clordano; en el 18,8, endrin; y en el 9,9, endosulfán y HCB (Hexaclorobenceno)”, explicó Villaamil.

Pero, afortunadamente, postulan los investigadores, existe solución: si alrededor del 10 por ciento de las muestras estudiadas no exhibió la presencia de plaguicidas, quiere decir que los productores de lácteos destinados a bebés y niños, y en especial de leches infantiles, deberán tener la cautela de seleccionar partidas de materias primas libres de tóxicos para elaborar productos infantiles. “Con lo que –concluyó la especialista-- estaríamos seguros de no exponer a los chicos a estas peligrosas sustancias tóxicas”.

Por Amalia Beatriz Dellamea
Centro de Divulgación Científica – Facultad de Farmacia y Bioquímica

Universidad de Buenos Aires
Facultad de Farmacia y Bioquímica
Centro de Divulgación Científica
Fuente: www.periodicoaquiyahora.com

3 de abril de 2006

MUJERES DEL MAÍZ- Guatemala

Cuando el gallo canta en la aldea Maczul, Doña Santos tiene listo el fogón de leña donde prepara sus tortillas. Es una mujer del maíz, al que le sabe todos sus secretos y reverencia cada día.

Moler y cocer el maíz, preparar los frijoles, cuidar los niños, forman parte de una cotidianeidad que refleja el estoicismo maya. Es un trabajo fatigoso, en condiciones precarias, pero lo realizan sin una queja, quizás porque no tienen tiempo para ello.

Según la tradición ancestral, las mujeres son las responsables de elaborar las tortillas de maíz. Desde niñas es lo primero que aprenden, además de mantener el fogón: la mayoría de las veces, tres piedras con leña en la esquina de la casa-habitación.

Se exponen al humo impertinente, que enrojece los ojos y envenena los pulmones, pero sólo así tienen en la mesa el sustento básico que llena los estómagos del marido y los numerosos hijos. Ellos comen primero; si sobra, se sentará entonces a la mesa.

Pero antes de degustar el tradicional plato, las 'Doñas' han entregado al maíz gran parte de su tiempo y esfuerzo. La operación se repite según los alimentos diarios que tome la familia y crece en los días festivos, donde elaboran buena parte de los rituales.

Primero desmenuzan la mazorca, de granos duros y secos, que se ponen a hervir con agua y cal para quitar la cáscara. Después los lavan y muelen sobre el metate (piedra cuadrangular de cara cóncava, con un rodillo de igual material).

Dar correa y correa permite obtener una masa homogénea que luego dividen en trocitos y comienzan a tortear. Palmear constantemente es el secreto para lograr un círculo perfecto, de ocho hasta 15 centímetros de diámetro, en dependencia del gusto de la casa.

Más tarde, se echan las tortillas una por una en el comal, de plancha, barro, metal o eléctrico, según la abundancia del bolsillo familiar, casi siempre exiguo. Generalmente las comen con sal y limón, pues no pueden darse el lujo de algo más.

Calentitas y preservadas por servilletas de paño típicamente adornados, las tortillitas son finalmente el fruto del sudor de las mujeres del maíz.

Mamaítas sobre las que cae doble el peso de la edad por la carga del duro trabajo, los hijos sobre la espalda, las enfermedades y las preocupaciones.

Mujeres que viven en el anonimato de la casa, sin relevancia social, ni oportunidades para la formación y el cuidado de su salud, a pesar de ser el segmento poblacional más numeroso de Guatemala.

Calladas, se resignan a su suerte, y amanecen todos los días pegadas al molino (si lo tienen) para obtener la masa que según la mitología les dio 'la carne y los colores del maíz' para multiplicarlo en el tiempo.

Mujeres que a pesar del protagonismo en su comunidad, están sujetas a una triple opresión: ser del sexo femenino, indígenas y pobres.

Maíz-mujer, binomio de identidad, autonomía y sobrevivencia alimentaria. Principal víctima de las prácticas de discriminación étnica y de género existentes en este país desde hace varios siglos.

Relación ancestral, indisoluble e intensa, en esta tierra de exuberantes paisajes, perfectos lagos, valles y volcanes, pero también de extrema pobreza, violencia sin límites y menosprecio por la cultura indígena.
Fuente: Argenpress