Somos Amigos de la Tierra - NOTICIAS

8 de octubre de 2007

PETROLEO EN TU COMIDA

La energía no se crea ni se destruye sólo se transforma. Este es el
sencillo enunciado propuesto por Antoine Lavoisier hace más de
doscientos años que aún rige buena parte de nuestro entendimiento
sobre la energía. Las derivaciones de un enunciado tan sencillo
aplicadas a la política energética pueden ofrecer pistas interesantes
para el análisis de uno de los temas más debatidos en el mundo de hoy.

Introducción (necesaria pero prescindible)

La energía no se crea ni se destruye sólo se transforma. Pero al
transformarse, se degrada. Es decir, cada vez que la utilizamos de
alguna forma, aprovechamos parte de ella (transformándola en energía
"útil"), y desaprovechamos completamente el resto, sin posibilidad de
recuperación (salvo contadísimas excepciones tecnológicas). En
términos muy sencillos y generales, esta es la base del conocimiento
científico del que disponemos sobre cómo funciona la energía.

Por ejemplo, la energía contenida en la nafta, una vez ésta es quemada
en el carburador, se transforma parcialmente en el movimiento que se
transmite a las ruedas, pero la mayor parte se convierte en calor.
Tanta se transforma en calor que tenemos que idear complejos sistemas
de refrigeración para mantener el motor a una temperatura que no funda
los metales. Toda esa energía en forma de calor la "perdemos" de
manera irrecuperable.

El conjunto de la energía disponible en el planeta proviene del sol, a
excepción de unas pocas como la nuclear (restos de una estrella
explotada hace millones de años), la geotermia (que proviene del calor
del centro de la Tierra) y la de las mareas (que proviene las fuerzas
gravitacionales). Cuando utilizamos la energía proveniente del sol o
sus derivadas (viento, hidráulica, fósiles, biomasa, etc.) debemos
tener presente que aprovechamos solo una parte menor de ella, que la
mayoría la "perderemos" sin poder usarla y toda ella (utilizada o no)
se convertirá en energía degradada.

De esto podemos sacar algunas conclusiones. La primera es que, si la
energía no se crea ni se destruye, la cantidad de energía en el
planeta sería constante. Si cuando la usamos se degrada, entonces la
cantidad de energía útil disponible debería ser cada día menor. Pero
afortunadamente como dijimos antes, la Tierra cuenta con una fuente de
energía "externa" que entrega mucha energía cada día: el sol, la única
y auténtica fuente "renovable" con la que contamos.

Apropiación de la energía

Durante decenas de miles de años, la humanidad se ha apropiado de
parte de la energía que nos llegaba del sol a través de los vegetales.
Las plantas captaban parte de esa energía y los seres humanos la
tomaban ya sea para su propio alimento o para transformarla en fuego y
utilizarla con diversos usos. Este proceso requería de un tiempo (las
plantas tienen que crecer) y de un espacio (donde ellas se instalan).
La cantidad de energía disponible en el planeta estaba limitada (a
diferencia de la amistad del Principito) por el espacio y el tiempo.

Pero hace unos pocos días –en términos geológicos- el ser humano
descubrió el carbón y comenzó a quemarlo con el objetivo de apropiarse
de su energía. Más tarde conoció el petróleo y el gas y les dio
similar trámite. Esto generó la ilusión de que la energía ya no
dependía del espacio y el tiempo.

Sin embargo estos combustibles fósiles son energía solar acumulada en
las plantas y animales de los tiempos prehistóricos, que los humanos
anteriores a nosotros nos dejaron como legado, excedente de una
civilización menos "desarrollada" y menos numerosa.

Cada vez que encendemos un motor y nos trasladamos unos kilómetros,
estamos transformando cientos de años del trabajo de vegetales
antiguos en una nube de calor y gases que –como subproducto– nos mueve
de casa al trabajo.

El sol como biocombustible

Si quisiéramos evitar la quema de los combustibles antiguos y movernos
solamente con la única energía "nueva" que nos llega al planeta –la
solar– deberíamos procesar parte de la vegetación que crece en el
planeta a fuerza de energía solar cada día. Esto es lo que se trata de
hacer con los agro-combustibles: capturar la energía solar contenida
en los vegetales y darle una forma líquida que pueda ser metida en un
tanque. El problema es que la cantidad de biomasa que existe en este
mundo y la velocidad a la que la naturaleza la desarrolla, no alcanza
a transformar toda la energía que precisamos para sustituir los
combustibles. Este es particularmente el gran dilema de los agro-
combustibles.

El petróleo se formó hace aproximadamente unos 400 millones de años y
le llevó unos cuantos siglos de captación solar y deposición en el
subsuelo terrestre. Si quisiéramos hacer de esto una matriz
"sustentable" deberíamos gastar tanto petróleo como la naturaleza
puede procesar cada año. Sin embargo, la tasa de consumo de derivados
del petróleo es 300.000 veces mayor que la tasa de deposición
geológica (y esto considerando el período de mayor formación del
crudo). Si quisiéramos sustituir todos los combustibles que hoy
consumimos con biocombustibles de origen vegetal, deberíamos acelerar
en un millón de veces el tiempo que demanda la captación solar de la
biomasa para lograr la misma cantidad de energía. Es decir, lograr que
las plantas sinteticen energía solar un millón de veces más rápido de
lo que lo hacen ahora.

Para aumentar la "productividad" de los sistemas agrícolas puede
aumentarse la cantidad fertilizantes y maquinaria. El problema es que
esto requiere de más energía. Más aún: según varios estudios algunos
agrocombustibles (como el maíz) apenas si logran entregar la misma
cantidad de combustible que consumen. Es como si tuviéramos una
fábrica de nafta que para elaborar un litro, requiere de un litro de
nafta.

Hasta aquí, las sencillas razones por las cuales la idea de sustituir
el consumo de combustibles con combustibles agrícolas es una idea
peregrina.

Todo puede ser peor

Sin embargo la falta de combustibles podría no ser lo peor de esta
máquina energo-voraz que ha creado el ser humano en esta etapa
denominada civilización moderna. Durante aquellos viejos años en que
los humanos nos apropiamos de la energía de las plantas, toda la
energía que consumíamos provenía del sol transformada en alimento. A
medida que la población aumentaba, los estados expandían (o procuraban
expandir) sus dominios territoriales para apropiarse de mayor cantidad
de suelo cultivable. Pero a partir de cierto momento ya no hubo más
tierras cultivables de las que apropiarse. Entonces, en los últimos
minutos de nuestra historia vivida –en términos geológicos- los
hombres y mujeres que este rincón cósmico habitamos hemos desarrollado
la llamada "revolución verde". Gracias a ella la producción agrícola
se multiplicó varias veces. Hasta ahora, buena parte de las personas
vinculadas a la agropecuaria se vanaglorian y congratulan de ello.

Pero esto se logró sin aumentar la cantidad de tierra disponible en la
Tierra y sin aumentar la cantidad de energía solar, las dos
condiciones imprescindibles para aumentar la capacidad energética de
la biomasa. ¿Cómo fue entonces? De la única manera que las leyes de la
física lo permiten: se incorporó mayor cantidad de energía. A partir
de entonces, cada vegetal (o derivado) que ingerimos, no sólo contiene
energía solar captada por la vía de la fotosíntesis, también contiene
energía proveniente del petróleo y del gas natural convertido en
fertilizantes y pesticidas químicos, sin contar con toda la energía
que es necesaria para mover y construir toda la maquinaria agrícola
que hoy se utiliza en la agricultura moderna. Es decir, el aumento de
la productividad, se logró echando mano al legado antiguo, las plantas
y animales prehistóricos que transformados en petróleo y gas fueron a
su vez convertidos en agroquímicos y combustibles para construir y
mover la maquinaria aplicada a la agricultura.

En 1994 en los EEUU, se gastaban cada año 1.500 litros de combustibles
para alimentar a cada estadounidense. El consumo de energía agrícola
se descomponía de la siguiente manera:
31% para la fabricación de fertilizantes inorgánicos.
19% para el funcionamiento de la maquinaria agrícola.
16% para el transporte.
13% para regadíos.
8% para aumentar la ganadería (no se incluye la alimentación del ganado).
5% para el secado de cultivos.
5% para la producción de pesticidas.
8% gastos diversos
No se incluyen en estos datos los costos del embalaje, la
refrigeración, el transporte hacia los puntos de venta al por menor y
el uso de la cocina doméstica

Almorzando crudo

Antes la energía contenida en los alimentos y de la que nos
alimentábamos venía del sol, única fuente externa que podíamos
transformar sin miedo a perderla porque al otro día estaría otra vez
allí. Ahora la energía contenida en los alimentos viene en una muy
buena medida de una fuente en vías de extinción, no renovable, y que
cuando transformamos no podemos recuperar. ¿Qué vamos a hacer cuando
se termine el petróleo? No podremos mover los tractores con
biocombustibles porque estos a su vez requieren de otros tractores,
pesticidas y fertilizantes que necesitan petróleo.

Varios autores y analistas están culpando a los biocombustibles por el
aumento de los alimentos. Quizá los precios de los productos agrícolas
estén subiendo por un problema energético pero no necesariamente a
causa de la competencia por los granos y la tierra. Quizá la economía
(que funciona como un reloj ante los bienes escasos) esté comenzando a
internalizar unos costos antiguos que hasta ahora no había
incorporado. Me refiero al trabajo que la naturaleza ha hecho durante
millones de años para nosotros (¿para nosotros?) y que hasta ahora
nadie pagaba. El precio del petróleo incluye los costos de operación y
la ganancia de las empresas, pero al crudo en sí, a su valor
intrínseco, nadie le ha asignado un precio. Al menos mientras
supusimos que era abundante.

Hoy los precios de los agrocombustibles no son "competitivos" con los
combustibles tradicionales. A la luz de lo que venimos analizando la
razón parece evidente: los primeros tienen que pagar el trabajo de
transformar la energía solar en combustible líquido y dar cuenta de
toda la energía que se precisa para hacer eso. En cambio, para los
hidrocarburos aquellos son costos "hundidos" (literalmente) .

Llegó la hora de comenzar a pagar el trabajo que la naturaleza ha
hecho y del cual nos apropiamos (y malgastamos) gratis. La pregunta
es: ¿a cuánto ascenderá el precio de los alimentos cuando se nos pase
la factura con todos los costos que la "revolución verde" no ha
incorporado?

El precio de los alimentos

Los precios de los productos agrícolas continúan subiendo y en Europa
adjudican este aumento a la demanda de cereales para la fabricación de
biocombustibles. Según el periodista de economía Manuel Estapé "los
cada día más caros precios de los derivados del petróleo hacían
simpática y verde la política de subvenciones a los biocombustibles en
la que coincidían desde George W. Bush hasta el ex sindicalista Lula.
Hoy las cifras muestran que se ha creado un problema serio, con
revalorizaciones de los precios de algunos cereales del 60% al 80%
este agosto respecto a un año atrás que inevitablemente van a ir
trasladándose a los consumidores en los próximos meses, con su
consiguiente impacto sobre la inflación. De hecho, el fenómeno ya está
en marcha en los últimos meses: éste será el tercer ejercicio en el
que la demanda mundial de cereales supera la oferta."

En otro artículo del mismo periódico La Vanguardia, Lorena Farrás da
cuenta del aumento de los productos lácteos. "Para el próximo inicio
de curso los consumidores pagarán más cara la leche y el conjunto de
todos los productos lácteos. Algunas marcas como Clas (Central Lechera
Asturiana), Leche Pascual o Puleva ya han subido precios, pero la
mayoría de industrias lácteas retrasa el ajuste de precios hasta
después del verano. En el mercado mundial, los aumentos de los precios
son notables. Desde hace un año, la cotización de la tonelada de leche
en polvo ha subido un 80% y el de la mantequilla industrial un 50%,
con lo que alcanzan niveles récord. para poder llegar a final de mes.
Los productores deben hacer frente, además, a la subida de los precios
de los cereales, fruto de la explosión de la demanda de
biocombustibles. Así, desde el año pasado, el maíz se ha encarecido
cerca de un 60% y el trigo y la cebada hasta un 50%"

Carmen Llorente, de El Mundo de España, también recorre la suba de la
mayoría de los productos de origen agropecuario: leche, trigo, maíz, y
consecuentemente lácteos, panificados y los productos de animales que
se alimentan de ellos: carne vacuna, pollo, huevos, etc. "Pero el
grueso de las subidas está por llegar -dice. Según la Asociación de
Fabricantes de Harinas y Sémolas de España, las cotizaciones en origen
del trigo panificable en Burgos -principal zona productora española-
se han incrementado un 46% en el último año. En el caso de Francia,
primer productor europeo y principal fuente de nuestras importaciones,
la cotización del trigo ha subido más del 66%; el maíz se ha
revalorizado un 32%; y la cebada, un 44%... las miradas acusadoras se
dirigen principalmente a los biocombustibles –la producción de energía
a partir de la combustión de cereales, caña de azúcar o girasol–, que
están desviando una parte importante de las cosechas a la generación
energética. Se estima que este año EEUU utilizará 85 millones de
toneladas de maíz para la producción de bioetanol –el 30% de la
cosecha prevista–."

Por su parte el director general de la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Jacques Diouf,
dijo al Financial Times que "los elevados precios internacionales de
rubros agrícolas como el maíz y el trigo a causa de factores tales
como la demanda de la industria de etanol, que emplea al maíz para
producir gasolina de automóviles, están afectando negativamente las
necesidades de consumo de países en vías de desarrollo y, por ende,
los niveles de pobreza" según la agencia AMN

Dijo además que los bicombustibles no sólo aumentaron la demanda de
granos como el maíz o trigo, sino que también ha tenido influencia en
el aumento de los costos de otros productos alimenticios, ya que se
dedican menos hectáreas a su cultivo y como consecuencia disminuye su
oferta en el mercado. Agregó un factor más de preocupación al afirmar
que en caso particular del maíz, este representa el 65% del consumo en
países en vías de desarrollo, mientras que en los desarrollados apenas
ocupa entre 10 y 20%.

Gerardo Honty
Publicado en el Suplemento Energía de LaDiaria (28/09/07)

Montevideo-Uruguay