Somos Amigos de la Tierra - NOTICIAS

5 de octubre de 2007

Para los de más de 40 (Eduardo Galeano)

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo
tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente
sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una
función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de
los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a
otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los
preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y
ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron
sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la
borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron
inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó
tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy
desechables! Y así anduvimos por las calles guardando
los mocos en el bolsillo y las grasas en los
repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las
arreglaban como podían con algodones para enfrentar
mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es
que en algún momento me distraje, me caí del mundo
y ahora no sé por donde se entra. Lo más probable
es que lo de ahora está bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de
música una vez por año, el celular cada tres meses
o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una
sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las
bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los
cubiertos de plástico conviven con los de acero
inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se
compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban
para la vida de los que venían después! La gente
heredaba relojes de pared, juegos de copas,
fiambreras de tejido y hasta palanganas y scupideras
de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo
matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que
había en todo el barrio en mi infancia y hemos
cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están fastidiando!¡¡ Yo los descubrí. Lo hacen
adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se
quiebra o se consume al poco tiempo para que
tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto
es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias
suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún
colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El
afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los
hojalateros o asientos de aviones para los
talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto
producimos más y más basura. El otro día leí que se
produjo más basura en los últimos 40 años que en
toda la historia de la humanidad. El que tenga menos
de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño
por mi casa no pasaba el basurero!!¡¡Lo juro!! ¡Y
tengo menos de.......... . años! Todos los desechos
eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los
patos o a los conejos (y no estoy hablando del
siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon.
La goma solo la veíamos en las ruedas de los autos
y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los
animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor.
Es que no es fácil para un pobre tipo al que
educaron en el "guarde y guarde que alguna vez
puede servir para algo" pasarse al "compre y tire
que ya se viene el modelo nuevo".
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y
los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular
una vez por semana, sino que además cambian el
número, la dirección electrónica y hasta la
dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con
el mismo número, la misma mujer, la misma casa y
el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para
cambiarlo)
Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que
servía y lo que no. Porque algún día las cosas
podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos
explicaron que cosas nos podían servir y que cosas
no.

Y en el afán de guardar(porque éramos de hacer caso)
guardamos hasta el ombligo de nuestro primer
hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín
de infantes y no sé como no guardamos la primera
caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que
se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente
no se valoran y se vuelven desechables con la misma
facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El
primer cajón era para los manteles y los repasadores,
el segundo para los cubiertos y el tercero y el
cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo
guardábamos!! ¡Guardábamos las chapitas de los
refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia
calzados para poner delante de la puerta para
quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una
piola se convertían en cortinas para los bares. Al
terminar las clases le sacábamos el corcho, las
martillábamos y las clavábamos en una tablita para
hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año
de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Las cosas que usábamos: mantillas de faroles,
ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas
que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus
camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se
iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.
Partes de lapiceras que algún día podíamos volver
a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta,
tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la
lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el
resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para
inventar encendedores que se tiraban al terminar
su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores
descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la
mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo
escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas
de las latas de sardinas o del corned beef, por
las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica
pasaban del congelador al techo de la casa. Porque
no sabíamos bien si había que darles calor o frío
para que vivieran un poco más. No nos resignábamos
a que se terminara su vida útil, no podíamos creer
que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer
plantillas para las botas de goma, para poner en
el piso los días de lluvia y por sobre todas las
cosas para envolver!!. ¡Las veces que nos
enterábamos de algún resultado leyendo el diario
pegado al trozo de carne! Y guardábamos el papel
plateado de los chocolates y de los cigarros para
hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del
almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de
los remedios por si algún medicamento no traía el
cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos
prender una hornalla de la Volcán desde la otra que
estaba prendida y las cajas de zapatos que se
convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y
las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones
y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones
con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con
que intención, y los mazos de naipes se reutilizaban
aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en
una sota de espada que decía "este es un 4 de
bastos". Los cajones guardaban pedazos izquierdos
de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al
tiempo albergaban sólo pedazos derechos que
esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar
la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las
nuevas generaciones deciden "matarlos" apenas
aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran
de no declarar muerto a nada.
Ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa
se convertía en base y nos dijeron: "Cómase el
helado y después tire la copita", nosotros dijimos
que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las
pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron
macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas
de plástico se transformaron en adornos de dudosa
belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos
de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros,
las primeras latas de cerveza en portalápices y
los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los
valores que se desechan y los que preservábamos.
A¡ No lo voy a hacer!

Me muero por decir que hoy no sólo los
electrodomésticos son desechables; que también el
matrimonio y hasta la amistad es descartable.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va
perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando,del pasado
efímero.
No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a
lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo
hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos
se les declara la muerte apenas empiezan a
fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian
por modelos más nuevos, que a las personas que les
falta alguna función se les discrimina o que valoran
más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y
de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las
cosas, tendría que plantearme seriamente entregar
a la bruja como parte de pago de una señora con
menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la
reposición y corro el riesgo de que la bruja me
gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí
Eduardo Galeano