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5 de marzo de 2007

Quito, ECUADOR

ELLOS LOS ENVENENARON

Una niña de apenas tres años de edad murió envenenada en el barrio
Lucha de los Pobres, en el sur de Quito. Tomó del suelo lo que debió
creer podría fin a su hambre, pero terminó con su vida. Cuántas veces su
estómago vació le habrá obligado a hacer lo mismo, pero ahora, ella
y sus tres hermanos se toparon con salchichas envenenadas que, según
suposiciones, habrían sido preparadas para acabar con perros callejeros.

No transcurrió una semana de este desgarrador episodio y la historia
se repite. Esta vez el escenario fue Sayausí, en la provincia del
Azuay. Wilmer, también de tres años, encontró un pan con veneno
mientras jugaban en la calle y, así como compartía el hambre con sus
hermanos, esta vez decidió compartir el pan. Él falleció, sus hermanos
pudieron salvarse.

Cuántas historias similares se producirán en muchos lados, sin que
podamos conocerlas, seguramente porque se producen en zonas apartadas
donde no entran las cámaras de televisión o no hay un hospital para
registrarlas. Cuántas muertes de este tipo se producirán sin saber su
origen, porque sus padres no pueden explicarse qué ocurrió.

El escaso tiempo y espacio que la prensa otorgó a estas desgracias lo
orientaron a encontrar a los responsables: alguna desaprensiva o
irresponsable persona, alguna institución que tiene como tarea
contrarrestar la presencia de perros por las calles. Ese o esos
responsables pasan a segundo plano, porque a esos niños los mató el
hambre.

Hambre que acompaña a diario al setenta por ciento de los cuatro
millones ochocientos mil niños que viven en extrema pobreza; pobreza
que explica la mitad de las muertes de los niños menores de cinco
años, que fácilmente se las podría evitar.

En el Ecuador, aproximadamente cuatrocientos treinta mil niños y
niñas, entre los cinco a diecisiete años de edad trabajan –y en qué
indignantes condiciones-; la desnutrición afecta a un quince por
ciento de niños y niñas menores de cinco años, y los programas que
reciben apoyo estatal para el desarrollo de la primera infancia
únicamente abarcan a poco más del ocho por ciento de los niños y niñas
que cumplen con los requisitos; en el ámbito educativo, tres de cada
diez niños no completan la educación primaria, y solo cuatro de cada
diez adolescentes cubren los diez años de educación básica.
Podríamos llenar el espacio con un sin número de cifras y datos
estadísticos que no harán más que confirmar que nuestro pueblo se
encuentra atrapado por la pobreza.

La inequidad social en el país es enorme, la brecha entre pobres y ricos se amplió durante todos estos
años en los que la burguesía apostó al neoliberalismo supuestamente
para lograr el desarrollo. Bien sabían que su modelo estaba
estructurado y orientado para concentrar la riqueza entre los grupos
–locales y foráneos- con capacidad para dominar la vorágine del mercado
capitalista; la planificación fue exacta e incorporó el recorte de los
presupuestos del área social, llevó a la desocupación de miles de
trabajadores, congeló sus salarios y a otros expulsó del país. Durante más
de dos décadas envenenaron el país.
Si preguntan quiénes son los responsables de esas muertes, la
respuesta es directa: ellos son los responsables… los neoliberales.

Por: Guido Proaño A. / Periódico Opción*